Hace un par de semanas quedamos con un amigo para tomar unas tapas en el Campo del Príncipe. Para hacer una incursión en otra zona distinta a donde habitualmente nos movemos.
Me hizo ilusión porque hacía muchísimo tiempo que no iba por esos andurriales, pasando por la cuesta del Pescao y regresando por el Realejo, lugar donde nací y me crié, un bonito entorno que frecuenté durante muchos años. La nostalgia se apoderó de mi, volví a recordar mi infancia con mucho cariño y nostalgia, una infancia que fue bastante buena y así la recuerdo.
Volviendo al tema que nos ocupa, el tapeo. Entramos en el bar de Los Altramuces, el de siempre, había gente, sin agobios, pasable, las tapas normales y aceptables sin mayor complicación. Seguimos hacia el bar Quesería Rossini, donde nos pusieron una penosa ensaladilla rusa que estaba más que picante, y nos la retiraron pero no volverían a traer nada más en todo el tiempo que estuvimos allí. Pedimos una tabla de quesos y embutidos y para la poca gente que había en el lugar tardaron un buen rato en servirnos. Mientras, pedimos otra consumición y no pusieron ninguna tapa, por lo que pregunté que si no tenían costumbre de poner nada para acompañar las consumiciones y me dijeron que sí ponían tapas, pero a nosotros concretamente no nos pusieron nada. La tabla de quesos con porciones miniatura y cara.
El Campo del Príncipe no era ni por asomo lo que fue hace algún tiempo, quizás en verano con las terrazas esta zona esté más animada, pero ahora ha perdido bastante ambiente, al menos este día concretamente.
El Campo del Príncipe no era ni por asomo lo que fue hace algún tiempo, quizás en verano con las terrazas esta zona esté más animada, pero ahora ha perdido bastante ambiente, al menos este día concretamente.
Nos encaminamos hacia la calle Molinos haciendo un alto en el restaurante El Molino, pariente del anterior en el que habíamos estado pero con formatos muy distintos. Aquí se olían los fritos a distancia, de hecho una tapa fue una gran bola de patata con una costra similar a la cobertura de las albóndigas con algo de carne o similar en su interior, que aún estaba congelada en el centro e insípida en su conjunto.
Nos dejamos caer por la plaza de los Campos en la taberna de Jamón C.B. donde degustamos un plato de jamón ibérico, rico pero muy escaso, y unas tapas de diseño, algo más curradas que en los anteriores sitios que habíamos estado. Terminamos en El Diamante, el original, en la calle Navas, el del pescaíto frito. Estaba a tope como siempre y ahí sin más que decir, pescados fritos y frituras que al menos son recientes, y hechos sobre la marcha.
Ahora que empieza el buen tiempo habrá que ir ampliando horizontes y conociendo o visitando zonas y lugares distintos a los habituales, sin descuidar el barrio donde estamos tan agustito.
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